Tania Martínez Montero (Psicóloga)
¿Cuántas veces te has preguntado si lo que estás haciendo o sintiendo lo hace todo el mundo? ¿Es normal lo que estoy pensando?
Es muy frecuente que nos preguntemos en el día a día si algunas de las cosas que hacemos, decimos o pensamos son normales y si lo hará todo el mundo. De hecho, muchas de las personas que acuden a consulta nos preguntan si lo que les ocurre, hacen o piensan lo comparten con más gente o están “locos” o son “raros”, y muchas veces encuentran un gran alivio en saber que las cosas que nos perturban son más comunes en el día a día de cualquier persona de lo que creemos.
El problema de esto radica en los grandes tabús de la psicología y de la mente humana, pues a día de hoy nos sigue resultando difícil exponer dudas y buscar ayuda aún siendo el objetivo el ser felices. Si ahora mismo te dijeran que tu mejor amigo o amiga, que un familiar cercano o tu pareja tiene cáncer, nadie dudaría en llevarse las manos a la cabeza y preguntarse ¿Por qué? ¿Por qué a ti? Nos atravesaría la noticia como la flecha más hiriente del mundo. Pero, ¿y si te dijeran que sufre una depresión? La mayoría no se lo tomaría en serio o, al menos, no con la importancia que corresponde a una depresión, pues esta es la principal causa mundial de incapacidad según la Organización Mundial de la Salud. A muchos de vosotros se os vendrían las mismas expresiones, “¡Qué cuento tiene!”, “¡Lo que tiene que hacer es espabilar!”, etc.
Esto ocurre porque a todos nos da miedo o vergüenza reconocer nuestro estado psicológico por los juicios que puedan hacer los demás y, además, no estamos preparados para acompañar a las personas cuando tienen este tipo de sentimientos. No sabemos respetar que el resto de personas, incluso nosotros mismos, tenemos derecho a sentirnos “así” en algunos momentos de nuestra vida y es normal.
¿Qué ocurre cuando reaccionamos así y juzgamos a la persona que está pasando por un mal momento? Cuando emitimos juicios del tipo “Eres más débil”, “Eres demasiado sensible”, “Qué tontería más grande”, etc, no estamos empatizando con la persona que tenemos frente a nosotros. Esto, por supuesto, tiene determinadas consecuencias:
- “Lo que me pasa no es normal”: cuando no nos ponemos en el lugar del otro, hacemos que se sienta extraño y, con esto, empeoramos su sufrimiento. Ahora, además de la situación que le ha llevado a sufrir, tendrá un miedo mayor por lo que está sintiendo.
- “Pensarán que estoy loco”: tendrá miedo a los juicios de los demás, lo que le llevará a esconder todo lo posible de su estado emocional. No sólo no buscará ayuda, si no que las personas que les rodean no verán su estado real, siendo imposible y muy poco probable que puedan ayudarle. Esto, lamentablemente, es lo que ha llevado en muchas ocasiones a leer o ver en las noticias que alguien ha acabado suicidándose y la familia y amigos no tenían ni idea de lo que ocurría.
- “No debería sentirme así”: por si no tuviera bastante con aquello que le hacesufrir y con el miedo a lo que puedan pensar, hay que añadirle la autoexigencia. Todo lo que empiece por un “debería” nos llevará por un mal camino, pues nos estamos guiando por un error cognitivo, es decir, un error de pensamiento. Por esto, si mal pienso, mal existo.
- Maltrato emocional: cuando esta falta de empatía se mantiene en el tiempo, llegamos a un maltrato emocional del otro, pues no estamos respetando su derecho a sentirse triste ni la función adaptativa que esta emoción tiene. [Véase Sentirse mal para ser feliz ]
- Contribuimos al malestar del otro: cuando una persona sufre y está triste, lo que necesita es soltar lastres, deshacerse en la medida de lo posible de aquello que le ha llevado al límite emocional. Al no empatizar, le estamos diciendo que lo está haciendo mal y, con ello, estamos sobrecargando a la persona en lugar de darle el espacio y el tiempo que necesita.
Sabiendo esto, ¿qué puedo hacer si quiero ayudar a alguien? Es frecuente que caigamos en estos errores sin quererlo y teniendo como objetivo ayudar. Suele confundirse la empatía con la simpatía. Para entenderlo mejor:
- Simpatía: es una actitud que nos lleva a “decorar” la realidad del que sufre con aspectos positivos. Por ejemplo, -He suspendido uno de los exámenes más importantes de la universidad. – Al menos estás estudiando una carrera.- He tenido un aborto.- Al menos sabes que puedes quedarte embarazada.- Aunque pueda parecer ridículo, esto es mucho más común de lo que imaginamos. Todos sabemos que cualquier situación tiene su parte buena, pero eso no significa que no podamos sentirnos tristes de manera puntual por aquello que estamos viviendo.
- Empatía: es la capacidad de ponerse en la piel del otro. Si nos preguntásemos, si yo estuviera viviendo lo mismo que tú ¿cómo me sentiría? Ser empático es una elección arriesgada, pues supone conectar con una parte de ti que conoce la emoción que vemos en la otra persona. Ser empático supone conocerse uno mismo y madurar a nivel emocional. Cuando alguien comparte contigo algo que le resulta difícil y le angustia es preferible escuchar “No sé qué decirte y no sé cómo debes sentirte con todo esto. Tiene que ser difícil estar en tu situación”. Con esto, no hemos solucionado nada, pero estamos siendo respetuosos con el otro y no estamos juzgando.
Por tanto, para ser empáticos y ayudar a los demás en los momentos difíciles:
- Elimina las frases del tipo “No te preocupes”, “No te ralles” o “No es para tanto”
- No juzgues, escucha lo que el otro tiene que decir. Que aún no lo hayas vivido, no significa que no te pueda pasar a ti, y que no lo comprendas no implica que no sea normal.
- Respeta los tiempos que tiene cada uno. No todo el mundo necesita el mismo tiempo para todo.
- Responde de manera empática. Utiliza frases del tipo “Veo lo triste que estás, tiene que ser difícil pasar por algo así”, “No puedo imaginarme cómo es pasar por esto”, “Entiendo que estás pasando por un momento muy difícil”.
Pero, sobre todo, recuerda lo más importante. Todas y cada una de las personas con las que convives en el día a día, y con las que cruzas aunque sea un solo momento, está librando una batalla de la que no conoces nada, por lo que se amable, no juzgues y pon tu granito de arena al bienestar de los demás y al tuyo propio.
Cierra los ojos para no juzgar, agudiza tus oídos para escuchar aquello que tienen que decir, ponte los zapatos del otro para comprenderlo y abre tu corazón sano para acunar a aquel que perdió el suyo.
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