Cuántas veces hemos evitado hacer aquello que nos cuesta trabajo llevar a cabo. La persona con miedo a conducir prefiere evitar coger el coche e ir en autobús, la persona con miedo a las alturas prefiere no subir a la Torre Eiffel, aún sabiendo que puede que nunca vuelva a París… Pero es que el temor atenaza a veces de forma tan fuerte que uno prefiere rehuir la sensación de ansiedad que provoca exponerse al miedo.
La evitación experiencial estaría relacionada con la tendencia a intentar evitar los propios pensamientos, sentimientos, recuerdos, sensaciones corporales porque el hecho de hacer presente dichas “experiencias internas” generan una respuesta de malestar a corto plazo tan relevante, que a menudo preferimos evitarlos…incluso aunque el hecho de hacerlo te acabe causando problemas.
Se trata de experiencias que para el que las padece, en principio, resultan dolorosas o desagradables, pero cuya evitación acaba perjudicando a largo plazo. Por ejemplo, la persona que evita subirse al avión por miedo a volar pese a lo que gustaría conocer ciudades del mundo; o por otro lado, el que evita matricularse en el conservatorio para aprender a tocar un instrumento musical pese a que puede llevar muchos años planteándose la idea. En realidad, lo que en ambos ejemplos se está evitando es la percepción de inseguridad, ansiedad, miedo a la sensación de volar y verme “desamparado” en el aire o el vértigo con mezcla de desidia que puede producir el empezar de 0 a aprender a tocar un instrumento musical.
La evitación experiencial puede aparecer en el momento en el que pretendemos eludir todo atisbo de incomodidad y prima en nosotros la necesidad de sentirnos simplemente cómodos, en la llamada “zona de confort” de la que hablan multitud de autores.
La actitud de mostrar un rechazo marcado hacia dicha sensación de ansiedad o desidia no hará en esas circunstancias sino aumentar en mayor medida nuestro grado de desajuste, generando con ello cada vez en mayor medida dichas manifestaciones. Y es que nuestro cerebro funciona así, cuánto menos estemos dispuestos a “soportar” dichas incomodidades, mayor será el grado de influencia que tengan sobre nosotros.
Nuestros pensamientos funcionan de esa forma tan caprichosa, cuando mayor sea el objetivo de la persona de suprimir dichas experiencias negativas, cada vez se harán más intolerables e incapacitantes. Y cuando la persona se acostumbra en su día a este código de conducta no consigue algo diferente a ir haciéndose cada vez más pequeña con el consiguiente efecto negativo en su autoestima.
Este “modus operandi” está muy asociado a la Baja Tolerancia a la Frustración, termino conceptualizado por el psicólogo Albert Ellis que refleja de forma muy acertada esa tendencia a escapar de lo adverso y a refugiarse solo en aquello que nos provoca dosis de comodidad y control.
De este modo las personas con tendencia dicha evitación experiencia pueden tener mayor tendencia a desarrollar cuadros ansioso-depresivos, no solo por la tendencia evitativa descrita si no por la consiguiente pérdida de autoestima asociada. Lo podríamos razonar de la siguiente manera: si tengo una marcada tendencia a eludir la acción de enfrentar miedos, inseguridades o frustraciones será más probable que la forma en la que me percibo a mí mismo sea como una persona cobarde, insegura y pusilánime.
Como veis, en esta entrada de blog no hemos mencionado en ningún caso el concepto “trastorno” ni “enfermedad”, con esta omisión intencionada queremos dejar claro que verse representado por este patrón de evitación experiencial no tiene porqué estar asociado a “estar enfermo”, por lo que si te sientes identificado con este problema y necesitas ayuda, no dudes en consultar con nosotros.
Nuestro papel como especialistas en el abordaje de este tipo de problemáticas consistirá en establecer un plan de acción en el que la persona que acude a consulta sea capaz de comprender las implicaciones de la conducta y de los pensamientos dentro de la evitación experiencial, y desde ese origen intervenir utilizando el abanico de técnicas de las que dispone el psicólogo cognitivo conductual: reestructuración cognitiva, exposición en vivo y en imaginación a parte de aquellas herramientas terapéuticas derivadas de las terapias de tercera generación, como es la terapia de Aceptación y Compromiso.
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